Gerardo Jiménez
En la tierra donde florecen los cempasúchiles cada noviembre, hoy brotan cuerpos. De la colonia Las Agujas en Zapopan a las instalaciones del crematorio Plenitud en Ciudad Juárez, México sigue desenterrando una tragedia que parece no tener fondo: la de sus desaparecidos.
Zapopan. 235 bolsas con restos humanos. Ciento sesenta y nueve de un predio, sesenta y seis del otro. La cifra es fría, pero el horror es cálido, real, sangrante. La Fiscalía habla de 38 víctimas hasta ahora. Sólo 18, identificadas preliminarmente por tatuajes o alguna marca que algún ser querido pudo reconocer entre el dolor y la esperanza rota. Aún falta el ADN. Aún falta la justicia.
Ciudad Juárez. El escándalo del crematorio nombrado irónicamente Plenitud revela otra dimensión de la misma tragedia: 386 cuerpos almacenados irregularmente. Seis han sido identificados y entregados. El resto, permanece a la espera de un nombre, de una historia que contar, de una familia que cerrar el duelo. La Fiscalía de Chihuahua intenta explicar lo inexplicable: cómo se puede permitir que la muerte se convierta en olvido institucionalizado.
Las fosas y los hornos nos muestran dos rostros de una misma moneda: la impunidad. En uno, la tierra calla. En otro, el fuego borra. Ambos anulan la existencia. Ambos nos dicen que algo —o mucho— está podrido en el corazón del sistema de seguridad, procuración de justicia y protección a los derechos humanos.
Lo más alarmante es la normalización del hallazgo. La cobertura mediática se acumula, pero la indignación social se disipa. Nos acostumbramos a los conteos, a las declaraciones de rutina, a la promesa burocrática de seguir buscando. Mientras tanto, colectivos como Guerreros Buscadores hacen el trabajo que no debería recaer en ciudadanos: desenterrar el país.
Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, en México hay más de 114 mil personas desaparecidas. Pero esa cifra es apenas una puerta de entrada. Detrás hay expedientes sin seguimiento, carpetas que duermen en archiveros húmedos, cuerpos que pasan de la tierra al olvido institucional. La impunidad no es sólo la falta de castigo: es también la ausencia de memoria.
El papel del Estado es, como mínimo, preocupante. Las fiscalías locales emiten declaraciones técnicas, actualizaciones de cifras, promesas de investigación. La Comisión Nacional de Búsqueda llega con retroexcavadoras y equipos de geolocalización. Pero quienes realmente sostienen la esperanza —y muchas veces el trabajo forense de campo— son los colectivos ciudadanos.
Las fosas de Zapopan y los cuerpos de Juárez no sólo claman justicia. Claman memoria, verdad y reconstrucción. Son un espejo de lo que somos y una advertencia de lo que podemos seguir siendo si no enfrentamos con seriedad y humanidad esta crisis.Porque mientras haya madres buscando, fosas abriéndose y cuerpos almacenados, este país no podrá hablar de paz, sólo de silencio. Y el silencio, como las bolsas, también huele. Huele a miedo. Huele a abandono. Y huele a muerte.
EVIDENCIAS
Y en más hallazgos de restos humanos, el jueves fueron encontrados ocho cráneos, en una construcción de la colonia Guerrero en la CdMx lo que generó terror entre los trabajadores de una obra que terminó por ser clausurada por personal del Instituto de Verificación Administrativa (Invea).
Se trata de un complejo habitacional que está en obra sobre Paseo de la Reforma, a la altura de la calle Galeana, donde los trabajadores reportaron los hechos.Información preliminar refiere que se trata de huesos con varios años de antigüedad, los cuales tendrán que ser analizados para extraer el ADN e identificarlos plenamente y determinar si son restos de un panteón antiguo.
La alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega informó que fue la madre buscadora Ceci Flores la que dio aviso sobre el hallazgo de restos óseos, incluidos ocho cráneos.