Carlos Esteban García Martínez
Previo al pasado Día Mundial de la Salud se realizaron eventos en institutos y hospitales del sector público relacionados con la calidad y seguridad del paciente, como lo fueron el “4to Curso de Calidad y Seguridad del Paciente” en el Hospital Nacional Homeopático y la “V Jornada de Calidad y Seguridad del Paciente 2025” del Hospital Psiquiátrico “Dr. Samuel Ramírez Moreno”. En dichos eventos los ponentes hicieron una revisión teórica, metodológica y práctica sobre los modelos de calidad que se aplican en unidades hospitalarias, y dieron a conocer datos de su implementación en los distintos niveles de atención médica, así como la importancia de llevarlos a cabo para mejorar la atención al paciente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que en el mundo cuatro de cada 10 pacientes resultan con algún daño al asistir a servicios de atención primaria y ambulatoria; de ellos, 80 % podrían prevenirse, por lo que ese organismo internacional ha propuesto un marco de acción para evitar que el paciente sufra algún daño durante su estancia en los establecimientos de salud.
Es aquí donde la revisión de los planes que han puesto en marcha las instituciones de salud, del sector público y privado, demuestran la necesidad de reportar acontecimientos para que tanto el área de calidad como aquellas involucradas encuentren soluciones y puedan atender de manera efectiva las causas al prevenir riesgos detectados.
Sin embargo, en las instituciones del sector público reportar la totalidad de eventos adversos para ser revisados y actuar en consecuencia es difícilmente realizable, dada la cantidad de trabajo de los profesionales de la salud, el número de pacientes que llegan a atender por turno y las tareas administrativas que deben cumplir.
De hecho, conocer, interpretar, adecuar y aplicar una cantidad considerable de Normas Oficiales Mexicanas, Normas Mexicanas, la Ley y su reglamento en materia de salud, además de procedimientos nacionales e internacionales para reducir riesgos y mejorar la calidad en la prestación de los servicios, representa una tarea titánica (aunque es responsabilidad del departamento de calidad en cuanto a revisión, difusión de las normas e implementación de protocolos), y también lo es el acatamiento de todas las áreas involucradas para lograr un buen funcionamiento.
De acuerdo con la OMS, debido a la cantidad de variantes que incidían en la seguridad del paciente, se creó, en conjunto con otras instituciones y expertos, la Clasificación Internacional para la Seguridad del Paciente.
Ante esto, en 2009, la Comisión Nacional de Arbitraje Médico y la Organización Panamericana de la Salud unieron esfuerzos para traducir dicha clasificación y desarrollaron un software denominado Sistema de Registro Automatizado de Incidentes en Salud (SIRAIS), con parámetros aplicables a México, dando como resultado un primer formato con 216 variables.
Aunado a lo anterior, en 2017, por medio del Diario Oficial de la Federación, se dio a conocer el Acuerdo por el que se declara la obligatoriedad de la implementación, para todos los integrantes del Sistema Nacional de Salud, del documento denominado Acciones Esenciales para la Seguridad del Paciente, el cual incentiva la ejecución de ocho acciones esenciales, pues se detectó que en México 2 % de los pacientes hospitalizados fallecía y 8 % sufría daños por algún tipo de evento adverso.
No obstante, a pesar de los esfuerzos para desarrollar este tipo de sistemas, existe un factor por considerar: las relaciones interpersonales pueden verse comprometidas por cuestiones de ego, jerarquía, amistad, indiferencia, miedo al castigo u otros motivos. Estas situaciones pueden generar fricciones que deriven en una futura falta de comunicación, lo que pondría en riesgo los procesos de mejora y, finalmente, ocasionaría un detrimento en la prestación de los servicios médicos.
Si además consideramos la posibilidad de escalar la situación a niveles superiores o para el caso del sector público, poner en conocimiento de la contraloría, se generarían procedimientos administrativos y hasta de responsabilidad administrativa que lejos de atender las causas reales, reforzaría la idea de no realizar reporte alguno para no tener consecuencias jurídicas.
De hecho, estaríamos ante una situación difícil de mantener, al considerar bajas temporales o definitivas del personal sanitario, ya que podría verse mermada su salud tanto física como mental, no sólo por lo concerniente a su trabajo, sino también por llevar un procedimiento de este estilo.
Por tanto, si bien no debemos generalizar este tipo de situaciones, es necesario que en los nosocomios se realicen programas de educación continua, de sensibilización, talleres de integración y sana convivencia, entre otros, con el apoyo de psicólogos, pedagogos y personal especializado en calidad para crear consciencia de la importancia de notificar los eventos adversos en la práctica médica.
En ese sentido, también es importante conocer el sentir y el pensar de los profesionales de la salud en este tipo de temas, pues tomar en cuenta al personal en cada unidad permitirá que el área de calidad y los superiores jerárquicos conozcan la manera en que deben manejar los asuntos sin llegar a cuestiones jurídicas, siempre que no se comprometa la vida o salud del paciente.
Cabe mencionar que cada institución puede tener un sistema de vigilancia y notificación de eventos, por lo que podría contrastar la información si en algún momento se quiere hacer una evaluación global. Aun así, con las tecnologías de la información e inteligencia artificial bien se podrían crear sistemas que identificaran posibles riesgos y generar una base de datos que hiciera posible enfrentar ciertos sucesos o prevenirlos de acuerdo con su magnitud.
Ante esto, me parece que la reflexión incide en dos puntos esencialmente. Por un lado, tenemos la postura bioética que marca una guía de actuación ético-moral del profesional de la salud, por lo que, enfocándonos en ello, dos de los cuatro principios tendrían mayor resonancia en cuanto a la notificación de eventos adversos.
Para el caso del principio de beneficencia, en el que los profesionales e involucrados dentro de las instituciones de salud tienen la responsabilidad de ayudar al prójimo, es decir, al paciente y la encomienda de prevenir o aliviar el daño, con la misión de brindar servicios de calidad. Por lo tanto, podemos decir que ya cuentan con una directriz relacionada con la actividad de notificar los eventos adversos, particularmente en lo que respecta a la prevención.
En tanto que, para el principio de no maleficencia, que indica al profesional sanitario no inducir al sufrimiento o causar dolor, es importante señalar que aunque reportar un suceso adverso puede percibirse como “mero trámite”, omitir esta acción implica que continúen las condiciones de peligro, induciendo de manera inconsciente el sufrimiento, lo que definitivamente va en contra de este principio.
Como segundo punto reflexivo, debe considerarse que la omisión trae consecuencias y más si se trata del ámbito jurídico. Es aquí donde cabe preguntarnos si es necesario acudir al derecho administrativo disciplinario con el objetivo de obligar a las áreas mediante sanciones un tanto más severas con el fin de realizar, de manera puntual, los informes de eventos y se actúe para prevenir, disminuir o erradicar riesgos.
Finalmente, el punto medular consiste en atender las causas y la mejor inversión es la capacitación continua del personal sanitario sobre los procesos de seguridad y calidad en la prestación de servicios.
Advertir que la comunicación de eventos adversos, cuasi-fallas y centinelas para su análisis es un proceso que, lejos de tener un objeto jurídico, coadyuvará a la mejora en el enfoque de la capacitación, infraestructura, materiales y equipos con el propósito de promover acciones de prevención, evitando reincidencia de casos o, de presentarse uno nuevo, reportarlo, analizarlo y hacer lo conducente.