Violencia y feminicidios, el otro maratón

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Paulina Galicia Villarreal

El domingo 31 de agosto de 2025, la Ciudad de México se paralizará para que 30 mil participantes corran el maratón de la CDMX. Correr 42.195 kilómetros es una hazaña deportiva especialmente relevante, sobre todo en un país en el que alrededor del 37 % de la población adulta tiene obesidad y en el que, afortunadamente, se ha incrementado el número de participantes mujeres.

Sin embargo, mientras miles de mujeres conquistan el pavimento a 2,240 metros de altitud, para algunas atletas persiste una realidad dura y difícil de aceptar: la violencia de género que viven especialmente las maratonistas africanas, que a pesar de tener la fortaleza física para romper récords deportivos, el sistema patriarcal y la violencia estructural no permite que dejen de vivir violencia de género y, en algunos casos, violencia feminicida. A propósito del maratón de la Ciudad de México, me gustaría recordar a dos promesas de este deporte, cuya vida, sueños y carrera se truncaron porque fueron víctimas de feminicidio: Agnes Tirop y Rebeca Cheptegei. Ambos casos destacaron no sólo por la fragilidad de los sistemas de protección hacia las mujeres, sino también por la persistencia de una estructura patriarcal en la que, a pesar de sus logros profesionales, siguen dejando a las mujeres expuestas a la violencia.

Agnes Tirop fue una corredora keniana de talla mundial y récord en la distancia de 10 kilómetros que fue asesinada en su casa en 2021. Se sospecha que su esposo la privó de la vida, lo que resalta el problema de la violencia doméstica y cómo esta puede afectar incluso a mujeres en posiciones de éxito y reconocimiento internacional. Rebeca Cheptegei, también una corredora reconocida de Uganda, vivió violencia feminicida y murió 5 días después de que su exnovio la rociara con gasolina y le prendiera fuego.

A pesar de que ambas fueron figuras reconocidas en el deporte, su muerte subraya que el logro profesional no exime a las mujeres de la violencia estructural que, en muchas ocasiones, se perpetúa en el ámbito privado. No importa si tienen la fuerza física y mental para correr 42.195 kilómetros y terminar en los primeros lugares o romper récords. No importa si tienes un contrato por millones de dólares con marcas para que seas representante de las mismas. Independientemente de los logros deportivos y la visibilidad pública, muchas mujeres pueden estar atrapadas en relaciones abusivas que no son detectadas o denunciadas hasta que ya es demasiado tarde. La falta de redes de apoyo y protección específica para las atletas también es un tema relevante, pues el deporte de alto rendimiento no siempre provee los recursos adecuados para que las deportistas puedan enfrentar situaciones de violencia fuera del ámbito deportivo.

La violencia contra las mujeres en África es un problema generalizado, siendo el continente con la tasa más alta de feminicidios a nivel mundial, según la ONU y Human Rights Watch. Más de 20,000 mujeres y niñas fueron asesinadas por sus parejas íntimas o familiares en 2022, de acuerdo a estas mismas organizaciones. Más de la mitad de las mujeres y niñas en África han experimentado violencia física y/o por parte de su pareja, y muchas no lo denuncian.

En el documento Violence Against Women: A Cross-cultural Analysis for Africa, se señala que la violencia que sufren las mujeres africanas por parte de sus parejas no puede explicarse únicamente por factores actuales, como el nivel educativo o si las mujeres tienen empleo, sino que también está profundamente influida por prácticas culturales ancestrales. Es decir, lo que ocurría en las sociedades africanas antes de la colonización —cómo se organizaban las familias, qué rol tienen las mujeres en la economía, si los matrimonios se hacían dentro o fuera del grupo étnico, o si se pagaba una dote por la esposa— sigue teniendo efectos en la forma en que hoy se trata a las mujeres dentro del hogar.

El estudio muestra, por ejemplo, que las mujeres que provienen de grupos donde en el pasado ellas participaban activamente en actividades productivas (como la agricultura o la recolección) tienden a sufrir menos violencia actualmente. También observa que, en los grupos donde históricamente el hombre debía pagar una dote por casarse (lo que implicaba cierto valor social hacia la mujer), hay menos justificación y menos ocurrencia de violencia. En cambio, cuando las mujeres trabajan en el presente en contextos donde antes no lo hacían, a veces enfrentan más agresiones, probablemente porque los hombres sienten que pierden poder dentro del hogar. Recordemos que hay mujeres que viven de ser deportistas profesionales, como maratonistas de élite.

El domingo 30 mil personas corrieron el maratón de la Ciudad de México. Correr un maratón es un recordatorio de la capacidad del cuerpo humano de superar límites físicos y mentales. También es un recordatorio de que las mujeres podemos ir conquistando, como salmón, a contracorriente, espacios históricamente masculinizados.

Pero también es un recordatorio de que la fuerza física y mental para correr 42.195 kilómetros no es suficiente para combatir el sistema patriarcal y la violencia estructural que no ceden. Hacer ejercicios de fuerza, resistencia, fartlek ni velocidad será suficiente preparación para desafiar a un sistema que todavía oprime y a veces, mata.

Eliud Kipchoge, maratonista de élite keniano y el primero en correr un maratón en menos de dos horas, tiene un gran lema de vida: No human is limited. Ojalá que pronto sí podamos limitar la violencia de género.

* Paulina Galicia (@PauGalicia) es abogada y maestrante en Derecho por la UNAM. Es especialista en temas de género y colabora en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.