Benjamín Bojórquez Olea.
El arranque de la contienda por la dirigencia sindical del SNTE 27 no es simplemente un relevo sindical, es el reflejo de una profunda crisis de liderazgo que desnuda la fragilidad de las estructuras gremiales cuando son secuestradas por la comodidad, el ego y la desconexión con sus bases. La herencia de Genaro Torrecillas es la de un sindicato cansado, decepcionado y, sobre todo, huérfano de representación.
El líder que debía ser la voz de los maestros terminó siendo el eco de los meseros. Su despacho, más cercano a los manteles largos del restaurante Humaya y del Hotel San Luis que a las aulas, simboliza la traición a la esencia misma de un gremio que nació para defender la dignidad del magisterio. La ironía de que “nunca pudo llenar el vocho” retrata con crudeza su incapacidad para conducir un movimiento que requería dirección, no complacencias.
Hoy, cuatro nombres se asoman al relevo: Juan Antonio López Osuna El Yoni”, Everardo Meléndrez Hernández, Segismundo Mendívil Chaparro y Héctor de Jesús Urías Castro “El Chetos”. Todos pretenden ser la antítesis del continuismo, pero la pregunta que ronda en la conciencia de los maestros es inevitable: ¿representan realmente un cambio de rumbo o solo un cambio de mesa? La sombra de Genaro Torrecillas es larga, y cargar con el sello de “candidato oficial” equivale a firmar el acta de defunción electoral.
El sindicato no puede permitirse otro dirigente lejano, ausente o atrapado en la frivolidad. Lo que está en juego no es una silla, sino la voz de miles de maestros que merecen un liderazgo auténtico, capaz de devolver la fuerza a las bases y de recordar que el poder sindical no es un privilegio personal, sino una responsabilidad colectiva.
El SNTE 27 se encuentra frente al espejo. O se atreve a elegir un liderazgo que escuche, que camine junto a los maestros, que sienta el pulso de las aulas y no el de los restaurantes… o seguirá atrapado en la eterna comedia de las simulaciones.
GOTITAS DE AGUA:
El desafío no es menor: rescatar la dignidad de la representación sindical y devolverle a los maestros la certeza de que su voz no será apagada entre copas de vino ni olvidada en el tintinear de cubiertos. De lo contrario, el gremio corre el riesgo de que cada relevo no sea más que una repetición disfrazada, un ritual vacío donde las luces se apagan y la puerta se cierra sin que nada cambie.