Ricardo Alemán
Primero un ejercicio memorioso.
Seguramente los mexicanos mayores de 50 años recuerdan el primer proceso electoral en el que participaron.
En efecto, eran las elecciones presidenciales de 1988, las primeras en las que compitieron verdaderos aspirantes opositores al PRI hegemónico.
En la boleta electoral aparecieron los presidenciables, Carlos Salinas, por el PRI; Manuel J. Clouthier, por el PAN y Cuauhtémoc Cárdenas, por una coalición de partidos de izquierda llamado Frente Democrático Nacional –que años después se convirtió en el PRD–, además de Rosario Ibarra de Piedra, candidata de partidos marginales.
Sí, por mucho, la de 1988 se convirtió en la primera experiencia electoral real para millones de ciudadanos, quienes por primera ocasión contaban con opciones opositoras reales, en la boleta electoral.
Además de que –gracias al boicot mediático promovido por “Maquío” Clouthier–, por primera ocasión en la historia los grandes medios de comunicación –prensa, radio y televisión–, abrieron sus frecuencias y espacios a los candidatos contrarios al PRI hegemónico.
Sin embargo, las de 1988 terminaron en un nuevo y grotesco fraude electoral orquestado desde el poder –desde la secretaría de Gobernación–, gracias a la llamada “Ley Bartlett”, que en el gobierno de Miguel de la Madrid construyó un poderoso aparato de control electoral que siempre le garantizaba la victoria al PRI en las urnas.
Sí, resulta que, por instrucciones de Bartlett, misteriosamente “se cayó el sistema” de cómputo en ese emblemático 1988 y, al final, la victoria fue para el candidato del PRI, Carlos Salinas, en medio del repudio general.
De esa manera, el triunfo de Salinas en la presidencial de 1988 se convirtió no sólo en “el mayor fraude de la historia” gracias “a la caída del sistema”, sino que Manuel Bartlett se consolidó como epitome del manoseo y la trampa electoral promovida desde lo más alto del poder.
Seis años después, y una vez con Ernesto Zedillo en la presidencia, todos los partidos pactaron la mayor Reforma Electoral que se recuerde y que dejó los procesos electorales en manos de órganos ciudadanos, como el IFE y le Tribunal Electoral; reforma que hizo posible la llegada del PAN al poder presidencial –en el año 2000 y 2006–, la vuelta del PRI en 2012 y la victoria de Morena en 2018 y 2024.
Sin embargo, desde 2018, López Obrador y su claque “morenista” se empeñaron en una “contrarreforma electoral” que está a punto de convertirse en el regreso de la antidemocrática “Ley Bartlett”.
Y ahora vamos a las preguntas.
¿Dónde están hoy todos los otrora opositores al fraude electoral orquestado por Manuel Bartlett desde el poder, en el mítico 1988?
¿Por qué el silencio de la clase política que por décadas cuestionó la dictadura del PRI y defendió la representación proporcional de los opositores en el Congreso?
¿Dónde están las movilizaciones sociales, los gritos opositores en defensa del INE, del Tribunal Electoral, de los plurinominales, del financiamiento público para los partidos…?
Sin duda que todos los ciudadanos, con un mínimo de información y congruencia, tienen la respuesta a las anteriores interrogantes.
Lo cierto es que la mayoría de los opositores del PAN y del PRI no eran más que un puñado de farsantes y oportunistas, que hoy no solo aplauden la vuelta de la perniciosa “ley Bartlett”, sino que alegremente la pregonan y la promueven.
Por eso instrucciones de la dictadora de Palacio, farsantes como Pablo Gómez se encargan de la contrarreforma, mientras que oportunistas de siempre, como Cuauhtémoc y Lázaro Cárdenas prefieren callar, en tanto que “fantoches” como Germán Martínez y Ricardo Anaya no se atreven a mover un dedo contra la destrucción de la democracia mexicana.
Y es que la reforma electoral que promueven desde Palacio y Palenque se suma a la muerte del INE y del Tribunal Electoral; confirma el fin de la división de poderes y avala el regreso al poder autoritario peor que en los peores tiempos del viejo PRI.
Sí, vemos pasar frente a nuestros ojos, el fin de la democracia y la vuelta de la antidemocrática dictadura de partido.
Y todo en medio de una sociedad que no quiere ver, que se niega a entender y que se resiste a escuchar las advertencias del peligro inminente que se cierne sobre todos los mexicanos.
Sociedad de idiotas que prefieren la comodidad de la ceguera y la sordera, porque prefieren estirar la mano a cambio de migajas.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta que sea tarde?