Juan Hernández
“No somos el problema, doctor Juan. Podemos ser la solución”, me dijo la presidenta del Club Revolución, un grupo formado únicamente por mujeres migrantes, mientras acomodaba las mesas en una lonchería en las afueras de Denver. A su alrededor, varias reían, movían sillas y colgaban banderas. Esa escena sencilla, cotidiana, reflejaba algo mucho más grande: la fuerza invisible de los migrantes que sostienen dos países.
Tuve el honor, hace apenas unos años, de cortar el listón inaugural de este club cuando me desempeñaba como secretario del Migrante de Guanajuato. Volver hoy y verlas más fuertes, más organizadas y más decididas es una lección de esperanza. Todas son emprendedoras. Tienen negocios de comida, contratan personal, generan empleo. Sus esposos —muchos con empresas de construcción o “roofing”— también sostienen la economía local. Algunos incluso trabajan con contratos del estado o de las ciudades donde viven. Pero hoy, varias familias sólo abren sus negocios los fines de semana, por miedo a ICE. Han hecho todo por legalizar su situación migratoria, pero la espera parece interminable. Algunas llevan más de veinte años en Estados Unidos; otras ya tienen hijos y nietos nacidos allá. Y todas, sin excepción, aman dos países.
Tres estados, una misma causa
En los últimos días recorrí Texas, Arizona y Colorado, reuniéndome con legisladores, empresarios latinos y clubes de migrantes. En cada estado escuché la misma pregunta: “¿Qué podemos hacer para ser incluidos?” La respuesta es clara: los migrantes no buscan caridad; exigen participación. Son quienes mantienen industrias enteras en funcionamiento —de la agricultura y la construcción hasta los restaurantes y servicios— y, sin embargo, siguen siendo tratados como si fueran invisibles.
En Arizona conversé con el congresista estatal Tony Rivero, hijo de mexicanos, quien trabaja por fortalecer las relaciones internacionales del estado y apoyar causas binacionales. En el mismo viaje saludé en Phoenix a George Stavros y su esposa Susie, líderes de una organización médica que brinda atención a comunidades necesitadas en ambos países. En sus historias hay una convicción común: tender puentes, no muros. Rivero y yo recordábamos cómo en Texas, políticos como George W. Bush y Rick Perry supieron en su momento que la inclusión de los migrantes fortalecía a su propio estado. “Eran tiempos —me dijo Rivero— en que la compasión y el conservadurismo podían caminar juntos.”
El valor migrante
Si se midiera el peso económico de la comunidad latina como una nación, el Latino GDP ocuparía el quinto lugar mundial, con más de 3.4 billones de dólares anuales, según estudio de UCLA. Ese es el tamaño de la aportación que muchas veces ni México ni Estados Unidos reconocen plenamente. En cada lonchería, en cada taller y en cada empresa familiar, hay hombres y mujeres que no sólo envían remesas: sostienen economías, generan empleos y representan valores que ambos países necesitan. No son parte del problema. Son la solución.
La solución empieza con nosotros
Desde el exterior los migrantes escuchan con preocupación que México atraviesa una crisis profunda: carreteras cerradas, inseguridad en las calles, falta de medicamentos en los hospitales. Alguien me dijo en una reunión: “La solución la tenemos que inventar nosotros mismos, los mexicanos.” Pues sí. Y no estamos solos. Hay 38 millones de mexicanos en el exterior quienes no son el problema… y pueden ser la solución.
Hoy, Somos México, ya registrado ante el INE para convertirse en partido político nacional, busca construir un espacio para toda la ciudadanía activa, muchos fruto de “la Marea Rosa”. Y el PAN, que hace apenas unos días celebró su evento nacional de renovación y apertura, tiene la oportunidad histórica de reconectarse con esa ciudadanía migrante que por décadas ha sostenido la economía y los valores de México. Somos México y el PAN son hoy las dos fuerzas de renovación ciudadana en México. Y ambas deben escuchar lo que gritan 38 millones de mexicanos en el exterior: “¡Inclúyannos! También somos ciudadanía.”
Una voz para Estados Unidos
Al Partido Republicano, dicen los migrantes: compartimos muchos de sus valores —familia, fe, trabajo. Escúchanos! Pronto seremos los nuevos americanos.
Al Partido Demócrata, dicen los migrantes: recordamos que luchaste por nosotros. No lo olvidaremos, pero queremos verlo traducido en acciones reales.
Conclusión
Esa tarde, al salir de la lonchería, pensé en la frase de aquella mujer: “Doctor Juan, no somos el problema…” Tenía razón. Si México y Estados Unidos quieren resolver sus crisis, deben empezar por incluir a toda su ciudadanía, incluyendo a los migrantes. La nueva agenda del siglo XXI se escribirá con la voz binacional de los migrantes, los hombres y las mujeres que, desde sus loncherías, siguen demostrando que amar dos países no divide… multiplica.
Analista de temas migratorios y de relaciones EU.–México
