Inflación y el divorcio de la política económica

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Emilio García Ruiz

Es motivo de preocupación ciudadana que los precios suban y que, de un momento a otro, el salario resulte insuficiente frente a las necesidades diarias. Lo que antes se obtenía sin pensarlo dos veces hoy exige “sacrificios” económicos. Esta inquietud nace del fenómeno de la inflación, que afecta de manera desigual a los distintos estratos del país.

Según el INEGI, en la primera quincena de octubre de 2025 la inflación general se desaceleró a 3.63%, mientras que la subyacente —que excluye alimentos y combustibles— bajó a 4.24%, 0.06% menos que en septiembre. Aunque el panorama es más estable que en años previos —en 2022 alcanzó 8.7% y en 2024 llegó a 5.57%—, el problema persiste ante la falta de coordinación entre la política fiscal y la monetaria.

Por el lado fiscal, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, encabezada por Edgar Amador Zamora —exfuncionario de la CDMX inhabilitado en 2021 por presunta corrupción—, lleva la responsabilidad. En materia monetaria, el Banco de México (Banxico), dirigido por Victoria Rodríguez Ceja, es el encargado de mantener la estabilidad de precios.

Banxico combate la inflación a través de la tasa de interés, herramienta clave bajo el esquema de objetivos explícitos (inflation targeting). Una tasa alta incentiva el ahorro; una baja, el gasto y la inversión. En los últimos meses, el banco central ha recortado gradualmente las tasas —alrededor de 50 puntos base— para generar margen de maniobra frente a una posible desaceleración económica leve. 

Sin embargo, por más precisa que sea, la política monetaria tiene límites si no se articula con la política fiscal. Esta última, bien aplicada, puede prevenir crisis; la monetaria, en cambio, suele reaccionar cuando la crisis ya está en marcha. En México ambas operan por separado: la fiscal carece de una reforma tributaria progresiva que fortalezca ingresos y redistribuya mejor la riqueza; la monetaria oscila entre estimular el consumo y contener los precios. Sin una directriz común, el desfase crece.

Un colchón demasiado blando —tasas muy bajas— no amortigua el golpe inflacionario; uno demasiado rígido —tasas altas— ahoga el consumo. Banxico busca el punto medio, pero sin políticas fiscales que lo respalden, el colchón podría romperse.

Además, la inflación no golpea a todos por igual. Para los hogares que destinan la mayor parte de su ingreso a alimentostransporte y servicios, un pequeño aumento en precios representa una pérdida significativa en su bienestar. Por ello, la falta de coordinación entre las políticas macroeconómicas no es solo un problema técnico: es una cuestión de justicia social.

La desconexión entre ambas políticas resulta aún más riesgosa en un entorno global incierto, con señales económicas cada vez más ambiguas. México necesita una estrategia coherente y articulada, no respuestas fragmentadas con fines partidistas. La austeridad, por sí sola, no construye prosperidad.

El país requiere colocar a sus mejores cuadros en la primera línea porque, la inflación, es apenas un síntoma de un mal mayor: la falta de coordinación entre política fiscal monetaria.