Samuel García
La relación económica entre México y Estados Unidos avanza hacia una renegociación inevitable del T-MEC en 2026. No por tensiones políticas, sino porque la integración comercial y de seguridad ya desbordó el marco actual. Y aunque habrá jaloneos, ambos gobiernos ya mueven fichas para llegar a esa mesa con avances que permitan un acuerdo antes de sus elecciones intermedias.
Las cifras apuntan en esa dirección. De enero a agosto de 2025, México exportó cerca de 357 mil millones de dólares a Estados Unidos, según el INEGI. Ese monto refleja un avance anual de 6.1%, consolidando a Estados Unidos como destino de casi 84% de las ventas al exterior.
Del lado estadounidense, el Departamento de Comercio reportó que Estados Unidos vendió a México más de 226 mil millones de dólares entre enero y agosto, consolidando a nuestro país como su principal mercado de exportación, superando a Canadá. Sin embargo, de enero-agosto, las ventas de Estados Unidos a México crecieron solo 0.6%.
Sin embargo, es interesante notar que solo en el mes de agosto México exportó 45 mil 146 millones de dólares, 0.5% menos que en el mes previo; mientras que las importaciones se incrementaron 0.9% para llegar a 29 mil 249 millones de dólares, dejando un superávit de 15 mil 896 millones de dólares en el mes.
Es posible que esta gaviota de agosto no haga verano, pero podría ser un indicio que el ajuste podría acelerar. El gobierno mexicano está evaluando aplicar aranceles selectivos a importaciones de China como parte de un plan industrial con mayor integración regional. Es posible que una medida así desplace parte de las importaciones asiáticas para sustituirlas con compras a Estados Unidos. Para Washington, sería una victoria económica y un punto clave de convergencia geopolítica; para México, una oportunidad de fortalecer su posición en la antesala del T-MEC 2.0.
A esto se suma el plano político y regulatorio. La decisión del gobierno mexicano de liberar slots en el AICM para aerolíneas estadounidenses, envió una señal clara de pragmatismo. Del mismo modo, las acciones más agresivas contra el lavado de dinero, coordinadas con el Departamento del Tesoro, muestran una alineación creciente en materia de seguridad financiera, un tema que para Washington pesa tanto como el comercial. En esa alineación, la Asociación de Bancos de México habla de una licencia bancaria norteamericana de cara al T-MEC para unificar los sistemas de prevención contra el lavado de dinero.
Nada de esto es anecdótico: todo prepara el terreno para 2026. La renegociación del T-MEC no será una ruptura, sino una actualización obligada por la magnitud de la interdependencia. México llega con una posición reforzada -como principal socio comercial de EU- y con señales claras de cooperación en temas prioritarios para la Casa Blanca. Estados Unidos llega consciente de que su industria, su seguridad y su estabilidad dependen cada vez más de una Norteamérica integrada.
