Leslye Gómez
Hace siete años que Samara Martínez mira a la muerte de frente. Sabe que su vida irá deteriorándose, por eso quiere decidir cómo morir y hacerlo dignamente.
Es paciente de una enfermedad crónica terminal y, consciente de lo que eso significa, decidió luchar para que ella y todos los mexicanos en situación similar tengan ese derecho y se pueda evitar el dolor y sufrimiento de un tratamiento que prolongue la agonía sobre lo inevitable.
Su batalla personal se ha convertido en pública, impulsa la Ley Trasciende, una iniciativa que este mes llegará al Senado y que busca que la eutanasia activa sea una realidad en el país.
En entrevista con La Silla Rota cuenta que vive con lupus e insuficiencia renal crónica terminal, enfermedades que con el paso de los años han deteriorado de forma irreversible el funcionamiento de su cuerpo. Tras dos trasplantes fallidos y múltiples tratamientos médicos, su única alternativa para seguir con vida es conectarse cada noche, durante diez horas, a una máquina de diálisis que solo es un alivio, pero no remedio.
“Después de haberlo intentado todo, médicamente hablando, después de dos trasplantes, infinidad de quimioterapias, operaciones, me dan la noticia, a mis 29 años, que iba a depender de conectarme a la máquina 10 horas diarias por el resto de mi vida. Es ahí cuando decido alzar la voz”, sostiene.
De la enfermedad al activismo
Samara tiene certeza de que todas las personas merecen morir dignamente. Y, desde esa conciencia, ha decidido luchar para que en México se apruebe la ley.
Samara vive en Chihuahua. Ahí comenzó su activismo, tocando puertas en el Congreso estatal. El camino fue sinuoso. Ella habla públicamente de la muerte y lo hace porque hay muchas personas que viven una situación difícil.
Durante un tiempo trabajó en una editorial, pero fue despedida porque no comprendieron su situación de salud. “No me veían enferma, y eso lo hacía más difícil”, recuerda. Hoy, en cambio, ha encontrado comprensión en la Universidad para la que trabaja, donde continúa su labor académica e investigadora mientras impulsa esta lucha.

“Lo hice porque sé que no soy la única. Hay muchísima gente que vive en agonía durante años. Todos conocemos a alguien que lamentablemente se fue así: con dolor, con sufrimiento. Yo no quiero eso para mí ni para nadie”, explica.
Su voz encontró eco. Más de 100 mil personas firmaron en Change.org para respaldar esta iniciativa. Samara presentará la propuesta el próximo 28 de octubre en el Senado, con la esperanza de que la escuchen.
“Confío en la humanidad de quienes toman decisiones”, dice. Y espera que el país promueva dejar de criminalizar la compasión.
Contexto
En México, la eutanasia activa está prohibida por ley. El Código Penal Federal establece que quien prive de la vida a otra persona “por piedad”, a petición expresa y reiterada, puede ser sancionado con penas de uno a cinco años de prisión.
Por otro lado, las leyes de voluntad anticipada —vigentes en la Ley General de Salud y en varias entidades federativas— permiten rechazar tratamientos que prolongan artificialmente la vida, pero no reconocen el derecho a decidir activamente cómo ni cuándo morir.
“Si yo decido dejar de conectarme, empieza un camino de agonía que no considero digno. Lo que buscamos es reformar la ley para que las personas en condiciones terminales puedan evitar sufrimientos innecesarios y decidir sobre su propio final”, explica Samara.
Decisión personal
Para la joven, nada ni nadie debería estar por encima de la autonomía de una persona”, dice. Y lo dice como quien ha pensado mucho en esa frase, noche tras noche, frente a la máquina que la mantiene viva.
Samara mantiene una vida laboral activa como catedrática e investigadora. Durante el día da clases y redacta artículos científicos. Por la noche, se conecta a la máquina que la mantiene viva.
“Sí, me canso. Me agobia saber que el cuerpo ya no responde igual. Pero me mantengo firme porque esta lucha no es solo mía”, dice.
Como mujer, el camino ha sido doblemente duro y cansa, admite, pero aun así, no ha dejado de insistir, a pesar de los detractores ha aprendido que el activismo también se hace desde la fragilidad.
Añade que no habla desde el miedo a la muerte y el dolor, sino desde la lucidez. “A la muerte le tenemos miedo y la vemos desde la soledad. Pero es lo único seguro que tenemos. Hablarla con dignidad nos permite planificar, comprender y acompañar mejor”, reflexiona.

Su familia ha estado con ella todo este tiempo, entienden que amar también es soltar. “No se trata de egoísmo, sino de dejar ir cuando las condiciones ya no son dignas”, comparte.
Por eso, cuando piensa en el futuro, no lo hace con angustia, pues desde hace varios años tiene claro lo que pasará.
Mientras habla, Samara recuerda que cada minuto cuenta, mientras habla, apunta, una persona vive en agonía por eso la ley no puede esperar a que la burocracia se acomode. Es cuestión de hechos, no de promesas vacías.
La activista deja claro que la muerte digna no es un privilegio, es un derecho y que nada ni nadie debe decidir por encima de la voluntad. Respetar esa decisión también es una forma de amar.
La fuerza colectiva transforma y ella cree en una sociedad que puede impulsar el tema no desde el miedo a la muerte o los prejuicios religiosos, sino desde la misma educación y conducta social. “No se trata de convencer, sino de concientizar —dice—.
Aunque las luchas no sean personales, hay que ser empáticos, hay que entender y hay que luchar por lo que creemos digno.” dignidad.