De qué hablamos, cuando hablamos del Nobel de la Paz

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Ernesto Hernández Norzagaray

Mi colaboración de la semana pasada (Los Nobel que rechazan los autoritarismos) provocó una buena cantidad de expresiones y la mayoría contrarias a mi argumento. 

De algunos, sospecho, que no leyeron el artículo y se quedaron únicamente en lo que tiene que ver con el Premio otorgado a la venezolana María Corina Machado e inmediatamente les provocó el rechazo emocional y, hasta alguien, molesto, pidió que por mis reflexiones fuera echado del staff de colaboradores de Sinembargo.mx 

Afortunadamente, los directivos Sinembargo.mx, tienen claro el valor de la pluralidad y en este diario digital, hay espacio para las distintas interpretaciones de una realidad dinámica, que sería imposible que en democracia tuviera una sola y definitiva. 

Entonces, en las siguientes líneas buscaremos abundar en la naturaleza del Premio de la Paz e intentar explicar por qué provoca hilaridad de quienes no están de acuerdo con ese reconocimiento a la líder opositora venezolana. 

Habría que decir, de entrada, que este premio se creó en 1901, y eso significa que los valores hegemónicos eran los del liberalismo aun cuando la izquierda ya existía, y se había manifestado en la I y II Internacional de trabajadores promovidas por el ideólogo del anarquismo Mijaíl Bakunin, del comunismo Karl Marx y la socialdemocracia, del “renegado” Karl Kautsky.  

Además, en la segunda mitad del siglo XIX se constituyen los primeros partidos de clase lo que con el tiempo consolidaría un ideario que buscaba crear su propia hegemonía en abierta disputa con el pensamiento liberal dominante. 

La esencia, entonces, del Premio Nobel de la Paz es un premio de raigambre liberal. Se impone en él una visión del mundo. No se puede pedirle otra cosa que no sea la permanencia de esos valores. 

Sin embargo, esto no significa, que en esa visión quepa todo aquello que retóricamente reivindique sólo los valores propios de Occidente, es decir, la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino, también, es importante su práctica en la construcción de instituciones sólidas.

En el caso de Machado su rasgo distintivo es el cuestionamiento militante de una autocracia (ella, y otros, hablan de una dictadura) reivindicando los principios básicos del liberalismo que en términos políticos significa reglas del juego válidas para todos los que aspiran al acceso al poder y contrapesos en la toma de decisiones.

No es mucho pedir, Estado de Derecho.

Por eso, el otorgamiento del Premio Nobel de La Paz a Machado ha provocado felicitaciones en todo el mundo, pero, especialmente, en el mundo Occidental, sin embargo, también ha sido severamente cuestionado entre las fuerzas de esa izquierda que no acepta ni siquiera los argumentos que buscan elaborar una explicación sobre la naturaleza del Premio y, menos, de quienes intentan responder por qué se le entregó a la política venezolana. 

Este Nobel nace en un contexto liberal con un ideal de pacificación universal que se entrelazan con la hegemonía moral de Occidente. 

Es decir, es un premio de la democracia liberal burguesa, sin embargo, no por ser un Premio de Occidente deja de tener sus cualidades que lo distancian de valores de la guerra o las hegemonías. 

Esto, se olvida frecuentemente, y viene el cuestionamiento desde el llamado Sur global y los movimientos antiimperialistas que lo acusan de ser una recompensa a figuras alineadas con la diplomacia occidental, pero, no siempre, no hay que olvidar que este Premio lo han recibido figuras que son reivindicadas por el progresismo político, como con los casos de Martín Luther King (1964), Adolfo Pérez Esquivel (1980), Barack Obama (2009).

Y todavía más, la izquierda ortodoxa, aun con estos reconocimientos dice que el Premio busca silenciar los procesos liberación nacional o socialistas que es un exceso atendiendo su temporalidad y circunstancia, incluso, señalan sus exponentes que es una herramienta de “soft power”, (poder blando), para el legitimar intervenciones o liderazgos proestadounidenses. 

Este tipo de crítica que hemos visto en el discurso de la llamada izquierda bolivariana y tiene razón, parcialmente, por qué el premio, sí tiene una carga simbólica y geopolítica, pero, también, busca problematizar su uso propagandístico por parte de regímenes autoritarios. 

Acaso ¿la crítica bolivariana a la paz imperial no encubre también su propio autoritarismo? ¿hasta qué punto el antiimperialismo se convierte en retórica de legitimación interna?, no son preguntas menores y sus voceros siempre buscan darle la vuelta para poner en el foco una parte de la película que todos estamos viendo.

Ambos discursos (el liberal humanitario del Nobel y el comunista humanitario) operan simbólicamente, porque ambos disputan la hegemonía moral, sobre la idea de la paz. 

Es decir, los promotores de uno y otro discurso buscan llevar agua a su molino político, moral, ganar, dirán otros, el debate público que es muy difícil en un mundo vertiginoso. 

Desde el anuncio del otorgamiento del Premio se ha visibilizado una disputa ideológica y geopolítica. De esa manera los círculos bolivarianos han visto en él una operación de legitimación imperial y una forma de presión diplomática, disfrazada de reconocimiento humanitario. 

Este conflicto, no es nuevo, en los 124 años que tiene de vida el Premio Nobel de la Paz se repite: Cada vez que se entrega a una figura del mundo occidental, o a líderes asociados a procesos de cambio político, inmediatamente se reabre una pregunta sobre si el Premio consagra la paz o a la pacificación al servicio del orden global. 

Y eso explica los posicionamientos y gestos de los líderes políticos, como sucedió con el mutis Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro y Pedro Sánchez, incluso, la molestia del propio Trump que esperaba recibirlo. 

Aplauden los que ven con buenos ojos que el Premio se entregue a una mujer opositora a una dictadura. Pero, igualmente, en sentido inverso, hay quienes reprochan –por ejemplo, Adolfo Pérez Esquivel, el Nobel argentino- quien, afirma, en una carta pública que envío a Machado la existencia en Venezuela de una “democracia con sus luces y sombras” cuando Maduro se empeña en no perder el poder.

En definitiva, el Premio Nobel de La Paz puede verse desde la ideología variopinta de las izquierdas con sus matices, sin embargo, no hay que olvidar la naturaleza liberal de ese premio y no hay otro, es el que es y punto, el resto es ruido y ganas de triunfar en un debate ideológico, y geopolítico que cada año resucita como el ave de Fénix.