Alejandro De la Garza
El sino del escorpión recorre de puntillas la conversación pública en México, campo minado donde la verdad se confunde con la narrativa más explosiva. Tres episodios recientes ilustran nuestra problemática fragilidad informativa: la rápida difusión de un supuesto atentado contra Omar García Harfuch, la confusión en torno a la aprehensión del teatral Simón Levy en Lisboa, y el debate en torno a si difundir las tóxicas ocurrencias de Ricardo Salinas Pliego equivale a socializar ideas de extrema derecha. Aunque distintos, estos hechos dejan ver la vulnerabilidad de nuestro ecosistema de medios.
Desde su columna de El Universal, Raymundo Riva Palacio encendió el rumor sobre un supuesto atentado contra el Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana en una residencia de Polanco. Columnas de opinión, cuentas en redes sociales y portales digitales lo reprodujeron sin verificación. Bastó la insinuación para que se convirtiera en “hecho” en la mente de miles. Omar García Harfush desmintió todo en rueda de prensa y, aun así, algunos insistieron: “Se le veía nervioso”, “No quieren que sepamos”. La apuesta se repite: en un ecosistema donde la primicia vale más que la certeza, la verificación “es un árbol que da moras”. El resultado erosiona la confianza en los medios y alimenta la percepción de que todo es posible, incluso lo que nunca ocurrió. Esa era la intención.
El caso del personaje Simón Levy Dabbah es el teatral ejemplo de cómo la información fragmentada y contradictoria se convierte en espectáculo. Autoridades mexicanas y portuguesas informaron primero de su detención en Lisboa; Levy, por su parte, y como acostumbra, no tardó en acudir a las redes sociales y a las entrevistas a modo para negar los hechos y advertir que había sufrido un atentado con arma de fuego, del cual de milagro su equipo de seguridad lo había salvado. Aseguró estar en Washington.
Los medios, ante la urgencia, en lugar de construir una cronología clara y contrastar documentos, se limitaron a reproducir ambas versiones como si fueran equivalentes. Y del atentado, nada. Pero los usuarios de redes sociales se encargaron de identificar el lugar desde el cual Levy transmitía: el Hotel Myriad, en Lisboa, reconocible por la decoración interior de su restaurante y por un inconfundible piano rojo que aparece en las imágenes de sus entrevistas.
Al día siguiente, otra vez desde “La mañanera” presidencial se reiteró la información de Interpol y se mostró el documento oficial de la aprehensión de Levy, añadiendo ahora que había sido liberado con restricciones en tanto se recibe el pedido de extradición. Incluso uno de los abogados que lo asedia voló hasta Portugal para probar las mentiras de Levy. A la hora en que el alacrán escribe esta nota la representación continúa, la actuación del personaje se prolonga y aún alerta sobre más sorpresas. En este caso, el periodismo, que debería ordenar el caos, terminó ampliándolo o inmerso en él, tal y como quería el personaje —sospecha el venenoso—, para debilitar la credibilidad institucional. Lo logró.
El tercer episodio, la discusión sobre si es útil discutir en medios las ocurrencias tóxicas de Salinas Pliego, abre un dilema ético mayor. ¿Debe un medio difundir las declaraciones de un empresario que con enorme poder económico y mediático utiliza sus plataformas para promover discursos propios de la extrema derecha? La escritora ayuujk Yásnaya Aguilar ha sostenido desde su columna de El País que debatir esas ideas sólo las amplifica, porque al darles visibilidad se les normaliza.
La lingüista añade que los discursos de la extrema derecha funcionan por contagio mediático, y aun cuando sean absurdos, su visibilidad los vuelve familiares, lo que reduce la resistencia social frente a ellos y permite que esas ideas contaminen el discurso político amplio. Esta amplificación convierte voces marginales en interlocutores legítimos, lamenta, lo que distorsiona el debate público y puede “barnizar” posiciones conservadoras con una apariencia de sensatez.
A su vez, la también reconocida lingüista Violeta Vázquez Rojas añade desde su columna en Milenio que el argumento de no regalarle foros a ideas que no queremos que crezcan en la opinión pública es de sentido común, pues así no contribuimos a su diseminación. Pero añade “las ideas extravagantes de la derecha radical —y su estilo: el insulto, la calumnia, la denostación abierta, tan indignos del debate público—, así como las de la derecha tradicional, tienen sus propios foros para difundirse, entre ellos canales enteros de televisión, sus propias y potentes —aunque inorgánicas— redes sociales y la mayoría de las columnas de opinión de los grandes diarios”.
En pocas palabras, al final no importa si no reproducimos esas ideas en las conferencias matutinas, las redes sociales, los medios públicos, los sitios de periodismo independiente o las pequeñas empresas del ecosistema que aún sirve de contrapeso a los grandes medios corporativos, audiovisuales y escritos. Y no importa porque ellos tienen suficiente capacidad para reproducirlas.
La discusión es amplia y, como señala Vázquez Rojas, “la razón no está completamente de un lado, ni está totalmente ausente del otro”, pero también es cierto que el silencio puede convertirse en complicidad. El reto para los medios no es callar, sino contextualizar, desmontar narrativas, exhibir intereses y ofrecer a la audiencia las herramientas para comprender el trasfondo.
¿Qué hacer frente a al panorama que exponen estos casos?, medita el alacrán. México necesita medios que sean espacios de verificación, contexto y pluralidad, no cámaras de eco o cajas de resonancia. Primero, hay que fortalecer la verificación: los medios requieren equipos especializados que contrasten datos, documenten cronologías y distingan hechos de rumores. Segundo, transparentar procesos editoriales: explicar qué se sabe, qué falta por confirmar y cómo se corrigen errores fortalece la credibilidad. Tercero, diversificar voces: dar espacio a perspectivas críticas, académicas y ciudadanas permite contrarrestar la hegemonía de actores con poder económico o político. Y hay que empezar ya, porque si hoy se ve difícil mañana estará peor, filosofa el alacrán.
