Víctor Torres/ Linea Directa.
Estamos perdiendo a nuestros jóvenes. Y no los estamos perdiendo solo por enfermedades o accidentes inevitables. Los estamos perdiendo en una guerra que no eligieron y…
Estamos perdiendo a nuestros jóvenes. Y no los estamos perdiendo solo por enfermedades o accidentes inevitables. Los estamos perdiendo en una guerra que no eligieron y que nunca debió alcanzarlos.
Cada vez que un joven muere por la violencia, el daño no se limita a una familia. Pierde una madre, un padre, una comunidad… y también pierde el país la posibilidad de un futuro distinto.
Nos hemos acostumbrado a ver la tragedia convertida en cifras. Las estadísticas de los homicidios llenan los informes, pero detrás de cada número hay una historia que ya no podrá contarse.
La mayor tragedia de México no es solo la violencia. Es a quiénes está matando esa violencia.
Y sí, en su mayoría son jóvenes.
Más del 50 por ciento de las víctimas de homicidio son personas entre los 17 y 30 años. Es decir, la mitad de los muertos por violencia son muchachos que apenas estaban comenzando a vivir. A nivel nacional, uno de cada tres ejecutados tiene entre 18 y 29 años.
La generación que debería estar construyendo el país está siendo exterminada.
Jóvenes desaparecidos, reclutados como soldados de una guerra que los usa y los desecha.
¿Cuántos retoños se han perdido antes de florecer? ¿Cuántos sueños fueron cancelados?
Nos estamos quedando sin jóvenes para reconstruir este país. Sin su energía, sin sus ideas, sin sus ganas de cambiar las cosas.
No hay estrategia de seguridad que funcione si no parte de esta verdad: esto es una emergencia nacional.
No se trata solo de patrullas ni de detenciones. Se trata de salvar vidas, de recuperar a una generación que aún puede ser rescatada.
No hay cifra ni argumento que justifique la indiferencia. No hay paz posible sin justicia para quienes ya no están.
Necesitamos cambiar el rumbo con todo lo que eso implica: voluntad política, inversión social, educación, prevención.
Y aunque el panorama parezca oscuro, aún estamos a tiempo.
Cada joven que logra estudiar, que encuentra un empleo digno, que se salva del reclutamiento forzado, que descubre que hay caminos distintos… es una victoria. Una pequeña pero poderosa señal de que el país puede levantarse desde sus raíces.
Todavía hay jóvenes que sueñan con un mejor futuro. No podemos fallarles.