Yamir de Jesús Valdez Álvarez
Algo se quebró, y no parece tener vuelta atrás. La coalición opositora Va por México, esa construcción forzada entre PRI, PAN y PRD que aspiró a frenar a Morena, está en su etapa terminal. Si bien formalmente ya había sido sustituida en 2023 por Fuerza y Corazón por México, lo cierto es que hoy lo que queda es apenas un cascarón discursivo que apenas logra mantener en pie la fachada de unidad. En el fondo, la desconfianza y los reproches han hecho metástasis.
La última señal contundente vino desde el PRI. El coordinador de sus diputados federales, Rubén Moreira, no escatimó al afirmar que su bancada fue la única oposición firme que votó en contra de las reformas autoritarias en materia de seguridad impulsadas por Morena. Al mismo tiempo, Alejandro Moreno, presidente nacional del tricolor, redobló el discurso: “Estamos alzando la voz y siendo la única oposición que México merece”. Y remató con una frase que parece llevar destinatario claro: “México no necesita cobardes, necesita carácter para enfrentarlos y defender la libertad de todos”.
Las palabras pesan, y en política aún más cuando provienen de líderes partidistas que compartieron candidaturas, campañas y hasta conferencias de prensa con quienes ahora llaman “cobardes”. La crítica no se dirige solamente a Morena, sino directamente al PAN, su hasta hace poco aliado electoral. La fractura, aunque aún no se proclame oficialmente, ya es evidente.
¿Qué provocó el nuevo desencuentro? En esta ocasión, fue la votación en la Cámara de Diputados en torno a reformas de seguridad y desaparición de personas. El PAN, en una jugada difícil de justificar frente a su narrativa opositora, acompañó parcialmente al oficialismo. El PRI, que había sido acusado en el pasado de pactar con Morena —recordemos el escándalo por la reforma de la Guardia Nacional—, vio la oportunidad para reposicionarse, y no la dejó pasar.
Pero esta ruptura no es nueva ni espontánea. La alianza Va por México siempre fue más un acuerdo de supervivencia que una convergencia de proyecto. PAN y PRI comparten historia, pero no visión. Coinciden en el rechazo a Morena, pero no en cómo ni con quién enfrentarlo. Los resultados electorales de 2024, con una nueva derrota opositora, terminaron de confirmar que lo que los unía —el miedo a desaparecer— ya no alcanza para construir una alternativa.
El PRI, debilitado y con un liderazgo desgastado, busca ahora recuperar algo de identidad. Lo hace marcando distancia del PAN, pretendiendo diferenciarse como “la verdadera oposición”. Es, en parte, una estrategia para reconstruir su narrativa ante una militancia confundida y una ciudadanía que lo ve más como parte del pasado que del futuro. Pero también es una advertencia: si el PAN pretende seguir actuando por su cuenta, el PRI no dudará en romper formalmente el bloque.
Por su parte, Acción Nacional guarda silencio. Tal vez porque sabe que las acusaciones tienen algo de cierto. Tal vez porque no quiere avivar más el fuego interno que aún arde tras la debacle de 2024. O quizás, simplemente, porque ya asumió que el experimento de alianza opositora fue un fracaso. Uno más.
El PRD, por su parte, luego de perder el registro ya no es siquiera factor.
En la práctica, Va por México murió con la renuncia de Xóchitl Gálvez y la derrota en las urnas. Lo que queda es una serie de dirigentes intentando salvar sus feudos, sus espacios y, en algunos casos, sus candidaturas para 2027.
La pregunta obligada es: ¿habrá alianza opositora en 2027? Posiblemente sí, pero no será como antes. Si ocurre, será por conveniencia electoral, no por coincidencia programática. Y eso implicará no solo revisar nombres y logos, sino replantear profundamente los métodos, las candidaturas y el relato.
Porque hay que decirlo con claridad: a la oposición no la derrotó Morena, se derrotó sola. A fuerza de parches, contradicciones y líderes sin credibilidad. La ciudadanía buscó una opción real de cambio, y la oposición le ofreció un rejunte de intereses sin alma ni brújula. La coalición se agotó porque fue incapaz de entender que la política no se trata solo de sumar votos, sino de articular esperanzas.
El PRI parece estar tomando nota, aunque sea desde la desesperación. Su discurso de firmeza, aunque cargado de hipocresía —por su historial reciente de pactos—, al menos apunta hacia la necesidad de marcar una identidad. El PAN, en cambio, parece resignado a la lógica de administrar derrotas. Si algo no cambia pronto, ambos llegarán a 2027 debilitados, fragmentados y sin capacidad de disputar en serio.
¿Entonces murió Va por México? Sí. Y murió por las mismas razones por las que surgió: por el miedo. Nació del miedo a Morena y murió por el miedo a decirse las verdades entre aliados. Ahora, si quieren tener alguna oportunidad en el futuro, deberán reconstruirse no como un bloque de conveniencia, sino como una alternativa con principios, liderazgo y proyecto de país. Porque si algo está claro, es que la unidad por sí sola no basta. La unidad sin credibilidad no sirve.
Y en 2027, México no elegirá solo entre partidos, sino entre proyectos con identidad o alianzas de sobrevivientes.