Enrique Quintana
La aplicación de aranceles sobre importaciones en Estados Unidos, especialmente procedentes de China, Unión Europea y otros países, comienza a mostrar indicios de que ya le está pegando a los precios.
Esto se observa en las cifras de inflación subyacente en EE.UU. y en los precios al productor.
Aunque los datos oficiales aún no atribuyen de manera explícita estos aumentos a los aranceles, múltiples análisis académicos y encuestas con empresas y productores indican que estos gravámenes están influyendo en los costos intermedios y finales de forma persistente.
1. Aranceles y presiones sobre la inflación subyacente y a los productores.
La inflación subyacente —que excluye alimentos y energía— es crítica para las decisiones de política monetaria porque refleja mejor las tendencias duraderas en costos.
Aunque se esperaba que los aranceles tuvieran un efecto “pasado por alto” debido a inventarios, sustituciones de importaciones o ajustes de proveedores, datos recientes muestran que los precios al productor han registrado aumentos más intensos en sectores como manufacturas, transporte y productos intermedios.
La inflación subyacente de junio y julio alcanzó el 3.3 y 3.4 por ciento respectivamente mostrando una trayectoria alcista.
Esto sugiere que los aranceles, que son pagados por los importadores norteamericanos ya empiezan a ser transferidos a los precios de los bienes finales, incluso si en algunos casos su impacto se disfraza debajo de rubros más amplios o se compensa parcialmente con reducciones en márgenes empresariales.
En consecuencia, la inflación subyacente ha dejado de descender como proyectaba la Reserva Federal y ahora va hacia arriba.
En el caso del índice de precios al productor, el incremento mensual de 0.9 por ciento en julio, el mayor desde 2022, anticipa presiones sobre los precios al consumidor en el futuro.
2. Implicaciones para la política monetaria
Este escenario pone en jaque los supuestos bajo los cuales la Fed planeaba reducir tasas en el corto plazo. Si la inflación, medida por el índice de precios de consumo (PCE), empieza a presionarse, el banco central se verá obligado a mantener las tasas de interés elevadas por más tiempo —o incluso subirlas si los datos empeoran.
El costo de dicha política restrictiva es doble: por un lado, puede conducir a que frenen el consumo y la inversión, lo que desacelera el crecimiento económico; por otro, encarece -o el menos impide que se abarate- el financiamiento del déficit público, elevando los intereses que el gobierno debe pagar sobre su deuda.
Esta dinámica crea un círculo vicioso. Tasas altas frenan la economía, reducen ingresos fiscales y aumentan la probabilidad de déficits más elevados. A su vez, el mayor costo del servicio de deuda limita el margen fiscal para estímulos, generando presión para continuar con tasas elevadas, incluso si la actividad económica ya está debilitada.
3. Repercusiones para México
El panorama es especialmente relevante para México, cuya economía está profundamente integrada con la de Estados Unidos. En el corto plazo, la persistencia en la inflación subyacente y un entorno de tasas elevadas en EE.UU. presentan varios desafíos:
· Menor dinamismo en la demanda. Una economía estadounidense menos pujante significa menor demanda de exportaciones mexicanas, afectando sectores como el automotriz, agroalimentario y manufacturero, que son motores de crecimiento y generación de divisas.
· Presión sobre el tipo de cambio y entrada de capitales. Tasas más altas en EE.UU. fortalecen al dólar e incentivan salidas de capital de economías emergentes como la mexicana. Esto podría presionar al peso a la baja, generando presiones inflacionarias adicionales en México.
Dilema para el Banco de México. Si la presión inflacionaria importada se incrementa (por tipo de cambio, costos de insumos o desaceleración externa), Banxico podría verse obligado a retrasar reducciones de tasas o incluso endurecer la restricción monetaria, aun con una economía doméstica débil.
· Mayor costo del financiamiento externo. Un entorno global más calificado como “dólar fuerte y tasas al alza” encarece los costos de financiamiento para empresas mexicanas y para el gobierno, complicando programas de inversión, proyectos de infraestructura o programas de estímulo.
· Mayor riesgo para deterioro fiscal. Menores ingresos por actividad económica menguada, junto con mayores cargas de deuda (al depender de financiamiento externo o ajustado al tipo de cambio) pueden tensar las finanzas públicas. Esto presionaría la calificación crediticia y el costo de endeudamiento del gobierno mexicano.
Conclusión
En síntesis, los aranceles estadounidenses parecen ya estar imprimiendo más rigidez en la inflación subyacente y en los precios al productor, lo que obstaculiza la senda de desinflación que anticipaba la política monetaria.
Como consecuencia, las tasas en EE.UU. podrían mantenerse elevadas por más tiempo, ralentizando la economía, presionando aún más la deuda pública y propagando efectos adversos hacia México como la disminución de demanda externa, depreciación, presiones en precios internos y limitación del espacio para política monetaria o fiscal.
Para México, esto demanda atención para anticipar escenarios adversos y delinear estrategias de mitigación que van desde esfuerzos para alentar el mercado interno hasta fortalecer la política fiscal y hacendaria frente a un entorno externo más complejo.
Ya lo veremos.