El garrote mediático

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Luis Castillejo Ambrocio

Hay momentos en los que la prensa deja de incomodar al poder para convertirse en su sustituto. Y lo hace no desde la verdad, sino desde el cálculo. La palabra se convierte en arma, el dato en trampa, y el periodismo en herramienta de presión.

En México donde la democracia convive con viejas estructuras clientelares, no todas las campañas de “denuncia” tienen origen ciudadano. Algunas se redactan por encargo. Se pagan. No desde la redacción, sino desde despachos o esquinas más oscuras. Circulan por redes, replicadas por perfiles anónimos y medios menores que simulan pluralidad, pero responden a intereses específicos.

Los blancos son previsibles: gobernantes, legisladores, secretarios, figuras públicas. El patrón se repite con argumentos reciclados, tiempos milimétricos, lenguaje afilado. No es crítica, es desgaste. No es fiscalización, es advertencia. Lo que se busca no es rendición de cuentas, sino doblegar voluntades.

En tiempos de escasez, cuando no hay contratos ni convenios publicitarios, ciertos sectores apelan a lo único que les queda: el garrote mediático. Golpean hasta obtener algo. Si no hay respuesta, apuntan con más precisión. El objetivo ya no es la política pública, sino la imagen. Ya no se cuestiona un programa, se daña una reputación.

Esto ocurre en redacciones improvisadas, en sitios de internet sin rigor editorial, pero también en voces que se presentan como “críticas” mientras negocian en privado. Son operadores disfrazados de periodistas, capaces de construir escándalos donde apenas hay contexto, y de guardar silencio donde debería haber denuncia.

Una sociedad democrática necesita una prensa libre. Pero también necesita distinguir entre quien informa y quien chantajea. No todo lo que se publica busca verdad. No toda opinión es inocente. Hay quien escribe con un guion ajeno.

En este ecosistema contaminado, el periodismo pierde credibilidad y la política se vuelve rehén de quienes trafican con el escándalo. No son mayoría, pero hacen ruido. Y el ruido, en estos tiempos, vende. A veces, mucho.

Lo más inquietante es que, cuando uno sigue el hilo, muchas veces el enemigo no está fuera, sino dentro. En el pasillo de una oficina pública. O en la turbiedad de la delincuencia organizada. Aunque nadie lo diga. Aunque todos lo sepan.

“De ahí la importancia de los resultados de la pobreza por carencias sociales, que de acuerdo con los resultados presentados recientemente creció de manera importante”, expresó. 

Entre 2016 y 2024, la población vulnerable por carencias sociales aumentó en 11.4 millones.

Recordó que la educación ofrece mejores niveles de conocimiento y habilidades que le permiten a los individuos acceder a empleos de mayor calidad y mejor remunerados, que es, sin duda, la mejor manera de reducir la pobreza de forma sostenida en el largo plazo.