El México de las Tres Clases Sociales

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Antonio Valerio

En fecha reciente el INEGI dio a conocer la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), que nos ofrece una óptica no sólo del combate a la pobreza en México, sino de las enormes desigualdades y diferencias económicas que prevalecen entre los mexicanos.

Según los datos del organismo recabados este mismo año, la clase alta representa apenas el 1.2% de la población con ingresos promedio de 77 mil 975 pesos al mes, en tanto la clase media gana alrededor de 22 mil 297 pesos en el mismo lapso; y la clase baja percibe 11 mil 343 pesos, lo que muestra una brecha significativa.

“Los de arriba” son aquellos mexicanos que han ocupado cargos políticos, empresariales y directivos que les han permitido tener un ingreso alto, seguro y constante, además de poseer ahorros que les han dado la facilidad de brincar la valla inflacionaria de una economía tambaleante desde hace varios lustros. Los que heredaron grandes fortunas son los menos.

Son quienes se han repartido el país con grandes propiedades, abultadas cuentas bancarias, lujos exorbitantes y hasta han realizado negocios turbios y sucios al amparo de la impunidad política y judicial.  Al fin y al cabo, el poder económico y político da para eso y más.

Son además los que no resienten las crisis ni la carestía del país, porque no conocen siquiera la canasta básica y solo les preocupa en muchos de ellos, la práctica constante del pecado capital de la “Avaricia”.

“Los de en medio”: Son los que forman parte de la población flotante. Esa que en algunas etapas de su vida ha logrado colarse a un estándar de vida superior, realizando una labor remunerativa además de trabajos extras y forzados y sacrificando, tiempo, familia y hasta riesgos en su salud con tal de tener algo más para sus herederos. Son lo que aspiran a llegar algún día “Hasta mero Arriba”, pero que para ello ocupan casi toda su vida, pero antes los alcanza la decepción y el desengaño ya hasta las traiciones.

“Y los de abajo”, son los siempre sufridos “Bajo-asalariados”. Los que ganan poco y gastan mucho, los que tienen lo mínimo porque a pesar de contar en muchos casos con una carrera profesional no estuvieron en el mejor lugar y en el mejor momento, cuando de conseguir trabajo se trataba.

Son las víctimas de la injusticia laboral, los que no obstante tienen una amplia trayectoria y vastos conocimientos, además de otras virtudes personales, nadie los valora ni los toma en cuenta para colocarlos en un merecido lugar. Ni que decir de las personas (hombres y mujeres) que ya rebasan los 60 años, que se vuelven casi seres inservibles.

Son también aquellos que con sus pocas ganancias gastan gran parte de su mísero ingreso en el transporte público y en erogaciones hormiga, que los obliga a llegar al final de la quincena, solo con unos cuantos pesos en la bolsa y ello los lleva a estar casi siempre endeudados.

Son lo que su condición los obliga a vivir casi toda su vida participando en tandas y siendo víctimas de préstamos abusivos y estafas vía Facebook tan de moda en estos tiempos y que ahí está sin que la policía cibernética les ponga un alto.

Son la amplia población de mexicanos que encuentran en el alcohol y las socorridas fiestas de fin de semana, el desahogo a sus males y desgracias económicas y que los problemas de salud también los hacen presa fácil de su circunstancia.

Son también quienes tienen trabajo, pero sus patrones les pagan una miseria o les dan a escoger “Salario o Propina”, como si ser empresario no les diera la riqueza necesaria para retribuir bien a quien o quienes los hace ricos.

Ellos son “Los mexicanos de Tercera” quienes ven en los programas sociales del gobierno, un bote de salvación y un respiro a sus penurias económicas, y que aunque sea poco y no les resuelve nada, los aceptan cada dos meses, sin reparar que como en el pasado, se trata de una compra disfrazada del voto y de la conciencia del beneficiario, porque al fin y al cabo para ser acreedor hay que entregar los datos personales y la credencial del INE.

Es lo mismo que sucedía en el pasado, pero con otros personajes, colores y partidos. Solo cambió el tiempo, pero la regla aplicable es la misma que pregonó el clásico hace no mucho tiempo: “Amor con Amor se paga” y “El pueblo bueno siempre es agradecido”.