Héctor Alejandro Quintanar
Hace muy poco, el pasquín fascista español ABC causó revuelo no en su país ni en la política relevante en México, sino solamente en el imaginario de las derechas del PRIAN en X y sus voceros oficiosos, cuando publicó un bulo ridículo donde mintió con que Beatriz Gutiérrez Müller, compañera de López Obrador, y su hijo, vivirían en el residencial lujoso llamado “La Moraleja”, en Madrid.
La publicación resultó ser una paparrucha, indigna del periodismo profesional pero muy digna de las prácticas fascistas relativas a que una mentira que se repite mil veces se convierte en verdad; y, como era de esperarse, causó frenesí en muchas voces obtusas del debate público mexicano, que acríticamente la creyeron y comenzaron una cauda de especulaciones ridículas o bravatas donde cuestionaban la congruencia del Gobierno pasado, tan incisivo en exigir disculpas a España por la conquista.
Hay que decirlo, la farsa chimolera del periódico ABC fue reproducida incluso por personajes honestos y brillantes, quienes, sin embargo, apenas se supo que el dicho era una mentira -lo que ocurrió con una carta de la propia Gutiérrez Müller donde confirmó que vivía y seguiría viviendo en México-, tuvieron la entereza y ética de ofrecer disculpas. Fue el caso de Ricardo Raphael y Jorge Zepeda, colegas a quienes engrandece el reconocer un traspié. No ocurrió así con el resto, que persistió, en el mejor de los casos, en mantener la insidia como creíble y decir que gracias a esa denuncia del diario español Gutiérrez había desistido de irse a España; y, en el peor de los casos, asumieron una actitud negacionista a ese respecto, y mantuvieron el crédito al desacreditado panfleto fascista.
No es nada nuevo bajo el sol. Si contra alguien se han ensañado las cloacas de la discusión pública es contra el entorno familiar de López Obrador. En 2005, por ejemplo, cuando era pública su relación con Beatriz Gutiérrez, luego de haber envidado tres años atrás, la prensa antipeje de entonces acusó que el entonces Jefe de Gobierno tenía en secreto a una especie de amante; mientras esa misma prensa hacía un escarnio deshonesto contra sus hijos, a quienes desde entonces acusaban de “vagos” o los acusaban a los tres de “estudiar en universidades privadas caras”; cuando en realidad dos de ellos -Andrés Manuel López Beltrán y Gonzalo-, estudiaban en la UNAM, Ciencia Política y Sociología respectivamente, y trabajaban en consultoras o en la docencia, como el caso del sociólogo, por años profesor de historia en un colegio privado de la Ciudad de México.
Todo eso no importaba, como tampoco importa que dos de los hijos de López Obrador explícitamente sean distantes de la política. Los buitres del antiperiodismo les tenían la mira puesta, incluso con prácticas gangsteriles, como las perpetradas por los porros de Enrique Krauze en febrero de 2018, mediante el espionaje la casa en Coyoacán de José Ramón López Beltrán, cuando él era un ciudadano privado y su padre no tenía ningún cargo público que ameritara vigilancia. Ese acto de espionaje e intimidación, que incluyó colgar pendones amenazantes en las cercanías de la casa de José Ramón López Beltrán, era parte de la “Operación Berlín”, que publicó sus añagazas goebbelsianas en el pasquín llamado Pejeleaks.
Ese ha sido el tipo de trato que el entorno del expresidente ha recibido siempre desde hace décadas en la prensa. Así que lo inusual del diario ABC fue que en esta ocasión la insidia sobre la presunta casa de Beatriz Gutiérrez en “La Moraleja” fuera impresa por un medio español, que no quedó bien parado con su bulo, mientras que quienes lo reprodujeron con fruición en México simplemente permanecieron en la ciénaga de mentiras y autoengaños en la que llevan instalados mucho tiempo.
Y en ellos parece no haber ningún ánimo de salir de la cloaca. El dizque periodismo opositor no conoce las lecciones gratuitas ni aprende en cabeza ajena o propia, impermeable a las moralejas. Una semana después de la mentira del periódico ABC, una panfletista del periódico El Financiero, de ADN 40 y la revista Vértigo, llamada Lourdes Mendoza, publicó una fotografía, producto del acoso, de Jesús Ernesto López, hijo de Beatriz Gutiérrez y Andrés Manuel López Obrador, cuando el joven estaba en un restaurante chino de la Ciudad de México. De forma mañosa y vil, la panfletera Mendoza comparó implícitamente al chico con el hampón priista Emilio Lozoya y, en un acto de bajeza que sólo puede causar asco entre la gente honesta, llamó al adolescente con un apodo clasista e injurioso.
El acto fue aplaudido por otras voces del coro de urracas que hoy conforma a lo más vil del periodismo de las derechas mexicanas. Ello habla de su bancarrota moral compartida. Muchas voces se dedicaron a respaldar a la señora Mendoza, en vez de hacer el acto ético de preguntarse qué lleva a una adulta a acosar e injuriar a un adolescente a quien triplica la edad, movida por el odio que siente por el padre del chico. Si de verdad quisieran respaldar genuinamente a la panfletera, deberían sus amigos señalarle que su actitud no es normal, que su acoso a un adolescente sin cargo político no sólo es reprobable sino patológico, o que, en el mejor de los casos, refleja una actitud mercenaria de quien está dispuesta a pisotear los escrúpulos y la mínima decencia para publicar sandeces que quizá le reditúan en algún indigno beneficio personal, pecuniario o político.
Esa vileza es una constante en el discurso de las derechas mexicanas, quienes recurren a estas iniquidades o a otras más sutiles pero igualmente malevas, como ocurrió recientemente, donde en cierta prensa se ocultó o se negó una información pública no sólo relevante sino clave, como lo es la reducción histórica de la pobreza en México, ninguneada por diarios de impacto nacional.
O, en un caso delirante y autodestructivo, en esta corriente política han aparecido vilezas que se antojarían imposibles, por su nivel de mendacidad y carencia de beneficios de quien las hace, como ejemplifica el caso de respaldar a la Senadora Lilly Téllez, una veleta que llegó en 2018 al Senado enarbolando una causa para luego darle la espalda, y hoy ir, como una trumpista ajena a su propio país, a exigir la intervención del fascistoide gobierno estadounidense en México, en una cloaca parecida al diario ABC, es decir Fox News, para así protagonizar una abierta canallada que ni a su partido conviene. Ni siquiera al PAN beneficia este respaldo acrítico a una politicastra estridente. ¿Por qué lo ejercen?
En un momento donde hay un consenso mayoritario en el país que repudia a Trump y su política, y en un momento donde ésta parece ser una cauda de palos de ciego contraproducente para el mismo Gobierno estadounidense, ¿qué se gana al evocar a un hostigador fascista como un posible aliado ante los cárteles mexicanos? Nada, salvo descrédito y una pinta de alta traición, más allá de que esa condición sea o no punible.
Así, Lilly Téllez o Lourdes Mendoza son expositoras claras de la carencia de rumbo y de principios en el grueso del discurso opositor, sea partidista o periodístico, cuya decadencia lleva a que se publiquen majaderías no sólo anti-intelectuales, sino faltas de respeto grave a la memoria de víctimas históricas. Otro ejemplo. En el número de este mes de la revista Letras Libres, Christopher Domínguez publicó un artículo donde se pregunta por qué los exiliados en México, o los sudamericanos que vivieron una dictadura, no hacen nada ante algo así como la dictadura en ciernes que padece México hoy con la llamada Cuarta Transformación.
El texto de Domínguez parece una simple bravata provocadora que, por dos razones, no amerita una respuesta seria. La primera es que a los provocadores lo mejor que hay que hacer es ignorarlos. La segunda, es porque los argumentos de Domínguez hacen ver que no tiene nada claro de qué habla ni qué le preocupa.
Por ejemplo, en su salmodia, Domínguez acusa que en México gobierna un “poderoso partido populista que llegó al poder para desmantelar la democracia”. Parece que quiere basarse en el libro de Zivlatt y Levitsky, llamado Cómo mueren las democracias, al acusar que Morena llegó al poder valiéndose de las instituciones democráticas para desde ahí destruirlas.
Domínguez parece desconocer la historia de los últimos treinta años. Guste o no, en ese lapso Morena, y el movimiento político obradorista que la precede, han sido constructores fundamentales de las instituciones democráticas vigentes. Por ejemplo, la aplaudida reforma electoral de 2007, que acotó racionalmente tiempos, actores y gastos de campaña, tiene como fundamento central las demandas legítimas del movimiento obradorista en las protestas tras la elección de 2006. Asimismo, no puede entenderse la figura garantista de la “nulidad abstracta” -que guió decisiones democráticas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación-, sin las demandas de limpieza electoral que hizo el obradorismo en Tabasco en 1994. Estos hechos de suma importancia parecen ser ignorados por el autor en Letras Libres.
Morena hoy se ha beneficiado de reglas que no hizo, eso es verdad. Pero también es verdad que, a diferencia de PRI y PAN, Morena sí se ha ceñido a esas reglas vigentes para ganar elecciones o para impulsar reformas legítimas, como fue la Judicial, que se basó no en deseos de capturar a ese poder, como dice Domínguez, sino mediante un llamado explícito, legal y legítimo al voto de los electores para ganar mayoría calificada en 2024, lo cual lograron a la buena de forma inédita.
Con base en esa acción inusual, pero absolutamente válida en democracia -porque hay que recordarle a Domínguez que en cualquier competencia electoral todos los partidos aspiran a lograr mayorías calificadas-, Morena y aliados jugaron con las reglas para modificarlas, sin engañar a nadie, sin sobornar a nadie -como sí pasó en 2013 con Odebretch, por ejemplo-, con un proyecto explícito que, como mandatan las reglas electorales, se sometió a urnas.
Hoy, esa reforma constituida a través de las normas institucionales, implica que la configuración del Poder Judicial tendrá como base el mejor y más poderoso contrapeso posible, que es el sufragio ciudadano, emitido en tiempos establecidos y que significará una duración predeterminada de los miembros de ese poder. El señor Domínguez tiene hoy todo el derecho a no gustarle nada la reforma y el Poder Judicial resultantes. Pero en vez de gritar sin bases que hay una captura o dictadura, tiene la oportunidad de fijarse cuándo es el próximo ejercicio electoral al respecto y ejercer el contrapeso del voto para impulsar a quien sí satisfaga su ideario.
Otros dichos en el texto de Domínguez son más extraños, como su lamento de que los institutos autónomos eran “el orgullo de la transición”. Quizá el sentido común dictaría que el orgullo de la transición a la democracia es que salimos de un sistema político autoritario capaz de desaparecer, reprimir o cooptar a la oposición; o el haber desplazado un sistema de Partido de Estado donde el voto ciudadano tenía poca validez. Pero en la visión de Domínguez, el orgullo de ese proceso era la existencia del IFAI, de la Cofetel y otros órganos autónomos.
Tal vez Domínguez no es buen lector de noticias, lo cual lo desacredita como opinador político, pero habría que recordarle cómo solía ser el mecanismo para darle dirección a esos órganos autónomos, donde las cúpulas partidistas, principalmente del PRI y PAN, se repartían mafiosamente los cargos en esas instituciones, como lo confesó cínicamente Marko Cortés en enero de 2024 ante la elección en Coahuila; o como lo hicieron PRI y PAN en 2003 para conformar el entonces IFE, cuando corruptamente dejaron fuera del Consejo a Jesús Cantú para así negarle su derecho al PRD a participar en esa configuración. Ese tipo de acciones mafiosas fueron la regla por décadas, no la excepción. Sólo la falta de información, o de escrúpulos, puede asegurar que esos institutos, regidos muchas veces por esas prácticas, son el orgullo de la transición.
En su salmodia dirigida a los exiliados o hijos de exiliados, Domínguez lo que hace, voluntariamente o no, es más bien un intento de extorsión emocional. Un chantaje para que quienes no piensan como él sientan alguna culpa, o algo así, o, acaso, un intento de tratar de adivinar los resortes emocionales de por qué los exiliados no piensan que hay una dictadura en México. Y ahí está el problema: en vez de tratar de leer mentes, Domínguez debería mejor leer los diarios, para que sus opiniones no sean un pastiche de carencias conceptuales graves e ignorancia sobre qué significaron las dictaduras latinoamericanas en el Siglo XX. Y así, quizá, deje de ver una inexistente dictadura, o cosa parecida, en el México de hoy.
A ese respecto, en 2023 conversaba con la filósofa Ana María Rivadeo, extraordinaria pensadora y estudiosa de Gramsci, de la “cuestión nacional” y de Hegel, discípula de Adolfo Sánchez Vázquez, maestra de muchas generaciones, prolífica autora y, asimismo, exiliada argentina, que huyó de su país cuando, ahí sí, se instalaba una dictadura cuyas acciones no eran llamar “conservadores” a sus críticos, sino simplemente buscaba desaparecerlos de la faz de la tierra.
En esa conversación le preguntaba, con más sorna que otra cosa, qué pensaba de los que acusaban que la llamada Cuarta Transformación de ser una dictadura, o algo así. Sonriente, y con el humor de quien busca hacer escarnio contra quien dice necedades, me decía que sólo quien no conoce una dictadura podría decir que el México de la Cuarta Transformación es una.
O si no, esa necedad también podría decirla alguien que necesita imaginar o alucinar que vive en una dictadura omnipotente y omnipresente, para así, al adversarla, sentirse héroe de algo, así sea sólo en su imaginario, como un guerrero quijotesco que combate valiente peligrosísimos molinos de viento. Así, al imaginar una dictadura perversa la persona se ve a sí mismo como un ejemplar heroico, pero sólo en su imaginación, ya que la terca realidad no compagina con sus deseos.
Es así que dos pensamientos se alinean. No hay mucha diferencia entre aquellos que ensueñan que viven bajo el yugo de una dictadura en México y aquellos que ven en Lourdes Mendoza o Lilly Téllez a dos voces lúcidas. Y tal vez en ese ensueño, Lourdes Mendoza y Lilly Téllez no son personajes viles de vodevil, sino heroínas también a cuyas arengas trumpistas o acoso a adolescentes vale la pena alinearse.
