Los pejenomics y la no tan oscura noche neoliberal

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Roberto Remes Tello de Meneses

El domingo fue el último día del viejo Poder Judicial. Uno que se construyó con autonomía, que fue ganando atribuciones robustas y que ofrecía un verdadero contrapeso al Estado mexicano. A partir del lunes 1º de septiembre, lo que tenemos son títeres electos mediante una operación del aparato oficial, en una elección polémica desde su concepción y ridícula por su costo y nivel de participación.

Ese mismo lunes, la presidenta Claudia Sheinbaum rindió su primer informe de labores. Comenzó —con razón— con lo que parece ser el mayor logro de estos siete años de gobierno: la reducción de la desigualdad. “Trece millones de mexicanos salieron de la pobreza”, presumió.

Pero pronto vino la manipulación: “somos el segundo país con menor desigualdad en América, después de Canadá”. Más allá de que, según las fechas de referencia, otros países podrían estar mejor que México, lo cierto es que ocupamos el lugar 120º en el mundo. Claramente, aún hay mucho por hacer.

En ese mismo contexto, la presidenta reincidió en el maniqueísmo que ha marcado a la mal llamada y autodenominada Cuarta Transformación desde 2018: reducir todo a una lucha entre “la oscura noche neoliberal” y “el humanismo mexicano”.

Pero el reclamo por un modelo económico más justo no es exclusivo de la 4T. Tampoco lo es el impulso al salario mínimo por encima de la inflación y la productividad. Lo que sí es distintivo es el éxito propagandístico con que se han apropiado del discurso —sin reconocer, por ejemplo, que sin las reformas que desvincularon el salario mínimo de otros índices económicos (reformas previas a 2018), el resultado habría sido desastroso en términos inflacionarios.

Sería mucho mejor que entendiéramos estos avances como parte de un esfuerzo común, y no como el resultado de una visión única. Se pretende reducir la conversación a un producto político, los pejenomics, como los llama el economista Gerardo Esquivel. No es que quiera regatear méritos al morenismo, pero sí contextualizar: sin la estabilidad macroeconómica construida desde el zedillismo —la libre flotación, los pactos comerciales, la reindustrialización y la globalización—, los cambios recientes difícilmente habrían prosperado.

En esta narrativa, el régimen ha fabricado un antagonismo: la caverna neoliberal versus el amanecer de la 4T. Es una gran mentira. Si el factor clave en la reducción de la pobreza fue el aumento del salario mínimo, ese cambio pudo haberse hecho sin aplastar a quienes pensamos distinto, sin destruir la autonomía de la Corte, sin asfixiar la provisión de servicios públicos en nombre de una austeridad mal entendida. Ese antagonismo sólo busca la perpetuidad de Morena en el poder.

El aparato “neoliberal”, con todo y órganos autónomos, apuntaba a un fortalecimiento institucional y estaba más cerca de la provisión universal de servicios públicos que el régimen actual. Su gran defecto fue la falta de prisa por reducir las desigualdades, y la corrupción, que sin embargo no es mayor a la prevaleciente.

Los pejenomics, por lo pronto, son propaganda. El país crece marginalmente, con vulnerabilidades. Esquivel, en su entusiasmo, decide desconocer esos riesgos. Pero ahí están: la cancelación de las visas americanas a prominentes miembros de la élite política y sus lujos inexplicables parecen ser la punta del iceberg de una podredumbre peor que “la oscura noche neoliberal”. Las amenazas de Trump, que la presidenta Claudia Sheinbaum ha sorteado magníficamente en el último año, podrían dejar de ser un simple “TACO” (Trump Always Chickens Out Trump siempre se raja) y convertirse en una pesadilla que rompa con el dólar barato, las remesas infinitas (y a veces de dudosa procedencia), las exportaciones y una inflación relativamente estable.

Lo más preocupante no es la propaganda, sino la intolerancia que la acompaña. Esquivel respondió a los cuestionamientos del economista Jorge Galván con una especie de “Deja de contaminar mi timeline con tus opiniones”. Galván, tenga o no razón, planteó dudas legítimas: sistema fiscal regresivo, desigualdad regional, informalidad estructural, servicios públicos precarios. “Celebrar los avances es justo. Pero llamarlos sostenibles sin reformas de fondo es voluntarismo, o propaganda barata.”

Esa incapacidad para deliberar se parece demasiado a la de otros momentos del pasado. A la “llegada de México al primer mundo” antes del derrumbe del salinismo. A la “administración de la abundancia”, en el auge petrolero de Cantarell. En México, la historia nunca ha favorecido a los absolutistas.

Así como 13 millones salieron de la pobreza, 11 millones entraron al cajón de “población vulnerable por carencias sociales”. La arenga de la austeridad tuvo doble propósito: someter a los órganos autónomos y recortar el gasto en programas sociales que existían antes de las transferencias directas. Resultado: una especie de tanda negativa. Sí, muchos han salido de la pobreza, pero si alguien en tu familia enferma, probablemente te toque perderlo todo.

Reducir la pobreza es un logro, sí. La estabilidad macroeconómica también (reitero: es más mérito de Zedillo y sus tres sucesores). Pero todo lo demás me resulta repugnante. Lo peor: este régimen puede durar décadas. Y la oposición, tal como va, tardará lustros en encontrar el camino. Aún así, somos muchos los que nos negamos a ser comparsas de un régimen de propaganda.

Para mí, ya no se trata de ganar en 2027, ni en 2030, ni en 2042. Lo que nos falta en México son demócratas (lo digo consciente de que no todos los opositores lo son). Lo que nos queda a los opositores es hacer escuela de ciudadanos. Actuar en consecuencia y con estoicismo. Defender las libertades, el derecho de manifestaciónOpinar aunque se enojen, se burlen o minimicen. Defender la idea de que no hay una única manera de ser mexicano. Que se puede ser gobernado por quien piensa distinto, siempre y cuando ese alguien respete la pluralidad. Algo que, claramente, no ha sucedido con la presidenta Sheinbaum, ni con su predecesor.